"¡Esta niña va a ser periodista!"
- María Huelga
- 24 abr 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 8 jun 2022
O al menos eso decían mis padres, abuelos, y tíos cada vez que me enfrentaba a una cámara para, algunas veces, emitir el tiempo con total naturalidad, y para, otras veces, desfilar con vestidos despampanantes sin apenas muestra de pudor y cierto toque de altivez. Por aquel entonces, a mis siete años, quería ser cantante, así que cada vez que escuchaba la palabra “periodista” - cuyo significado desconocía- me subía a cualquier mesa de cualquier restaurante, agarraba un abanico rojo heredado de mi abuela - también cantante - e imitaba a quién mi público reclamase; que si María Isabel, que si Bustamante, que si “¡Ahora la de Bisbal!”...
Más tarde, con la arraigada creencia de que el mundo del artista es prácticamente imposible - o al menos muy difícil - quise descubrir nuevos hobbies. De las cámara no me aleje, sin embargo, aunque estas últimas veces opté por cederle el micro a Igartiburu para que ella cubriese por mi las noticias. Pero conservé durante algunos años - y aún creo que lo sigo haciendo - el pose y la altivez. La vía de escape de todas estas cosas que no podía, y quería hacer, la encontré en un objeto tan simple como lo es un papel. Más tarde, en una computadora de escritorio, y más tarde, en un portátil.
En segundo de bachillerato, siendo una niña de diecisiete años recién cumplidos, el sistema me obligó a orientar mi futuro; que si elige una carrera con salidas, que si esfuérzate y serás la mejor… Ninguno de esos comentarios cuestionó la clara decisión que por aquel entonces en mente tenía. Quería escribir. Ama, aita, amuma, atxitxe, izeko, osaba, madrina, padrino, eso es lo que hacen los periodistas, ¿no?
Pues sí, lo era y lo es, aunque no como yo pensaba. En primero de carrera me suspendieron la redacción de una noticia por el “uso excesivo de adjetivos”. “Tenemos que ceñirnos a los hechos” - decía mi profesor - “ya experimentarás con el lenguaje más adelante”. Hace unas semanas y en tercero de carrera, suspendí un reportaje del supuesto género “interpretativo” por el “uso excesivo de adjetivos”. Hace unos días, en los pasillos de la universidad, mi amiga Iratxe me comentaba lo difícil que es escribir sencillo. Porque así somos las personas, que nos gusta complicarnos. Y yo me pregunto si algún día podré experimentar con el lenguaje.
No todo es gris, pues cuando escribo algo nuevo mis dedos fluyen cada vez más rápido y he de pararme a pensar dos o tres veces para poder elegir el adjetivo oportuno; que si oportuno, que si adecuado, que si idóneo… adjetivos que yo que sé si algún día podré utilizar.
Por suerte, el periodismo no es sólo redacción. Hace unos días mi profesora de locución nos comentó que la mayoría de los alumnos no habíamos parpadeado durante nuestra ficticia emisión en plató: “Así no se puede, esto no es natural”. A mi me dijo que bien, que había parpadeado. Ella todavía no sabe que llevo lentillas.
Hoy es sábado, 24 de abril de 2021, y allí fuera, en el mundo del que a veces me intento evadir, dicen que hay una pandemia. Estoy sola, confinada en mi habitación, por lo que el exceso de tiempo libre me ha otorgado la posibilidad de llegar al segundo capítulo de la serie “El desorden que dejas”, del guionista y escritor Carlos Montero. Viruca, una de las protagonistas y profesora de literatura en el instituto, les ha dicho a sus alumnos que hay que ser valiente para escribir. Les dice, también, que escribir tiene que ver con ser capaces de contar lo que nos duele, y que por eso, cuando escribimos de verdad, corremos un riesgo, “el riesgo de no salir indemnes”. Me pregunto si Viruca dice la verdad. Ojalá no, pues deseo salir indemne.

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