El control de tu desdicha
- María Huelga
- 13 nov 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 14 feb 2023
Hay situaciones, momentos cruciales, en los que no existe la palabra contención. Ocurre cuando llevamos tiempo tragando y sin respirar. Ocurre cuando nos hemos pasado meses o incluso años cerrando con candado nuestro corazón, algo que se convirtió en costumbre porque no quisimos que conociesen lo opuesto a nuestras fortalezas, esas que ni me atrevo a mencionar y esas que todo el mundo tiene. Entonces la contención se convierte en rebelión y tu en un miserable. Para muchos es difícil. Para mí, también. Si hay alguna cosa que con todas mis fuerzas odio, es mostrarme desnuda ante los demás. Desnuda, sin tapujos, desdichada, qué más da. ¿Acaso soy una persona débil por mostrarme como tal? Posiblemente. Seguro que sí. Y es por eso por lo que callo.
Y así voy (vamos) por la vida, aguantando a duras penas en una cuerda como si fuera una equilibrista. Intentando avanzar por la misma con el único objetivo de alcanzar la meta, de llegar al final. El final del silencio, el final del autocontrol, el final de la contención. ¿Para qué? Pues para no dar explicaciones, para no desnudarme, porque no soy - porque no quiero ser - miserable. Pero ese final no existe y solo reside en mi imaginación, porque nunca llego, pues siempre acabo cayendo de la cuerda. Porque no soy equilibrista. Entonces llega el momento de hablar. Pero yo no hablo; pues hablar, sentir, y pensar tienen sus consecuencias y las conozco a la perfección.
Pero la rebelión puede ser segura cuando se apoya sobre un papel y se escribe con tinta negra, azul si la prefieres. Es un objeto en el que sentir y pensar no tienen ninguna consecuencia negativa. Es el objeto más simple que existe, pero también es reconfortante, sanador. Además, contiene lo que para mi es lo más importante, pues es un objeto en el que existe la vuelta atrás. Sí, porque cuando explotamos con palabras habladas lo dicho dicho está y nuestras debilidades dejan de ser desconocidas por los demás para convertirse en sus compañeras o cómplices cuando quieren destruirnos. Las palabras habladas no saben retroceder pero tus manos saben cómo se rompe un papel.
Por eso una hoja en blanco es mi lugar favorito. Me rebelo, me desnudo, después pienso. Tengo el control de la decisión final. Puedo hacer llegar ese papel a su destinatario y mostrarme abatida, o por el contrario, guardarlo en uno de los cajones de mi mesilla, reposando junto a mi colección de rebeliones del año, como si de un simple recuerdo se tratase. Y siempre es bienvenida y favorita la segunda opción.
Yo nunca quise ser equilibrista, solo escritora. Pero quizá no me hubiera venido mal un poco de práctica. Es más, así, evitaría caerme de la cuerda. Tal vez sea lo que necesito, porque no soy buena habladora y en mis cajones ya no caben más papeles.

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