Lo mío por lo tuyo
- María Huelga
- 14 feb 2023
- 3 Min. de lectura
Luces de neón, luces con gamas de todos los colores. Colores rojos, verdes, azules. Todos ellos en una fachada negra de una calle oculta, casi escondida. Y en el centro, una entrada oscura, casi invisible. Las parejas entran de dos en dos. Si no tienes novio, no entras. Aunque siempre puedes optar por un amigo que te acompañe. Alguien que busque sexo. Solo eso.
En la sala principal, paredes rojas y acolchadas. Un sofá en forma de Ele. Ahora, vacío. Pero en unas horas será escenario de tríos, orgías, o quién sabe qué. Un par de camareras escotadas esperan en una barra que ocupa unos dos metros y te preguntan por tu bebida favorita. Entonces aparece la anfitriona, encargada de ofrecer un tour por el infinito establecimiento. “¿Es vuestra primera vez?”.
A la derecha, una sala pequeña; la de las bebidas, más conocida como “la sala del calentamiento”. Un par de botellas en una de las mesas y barra libre. Todavía puedes llevar la ropa puesta. Las mujeres conversan con otros hombres, se acercan, tontean. Sus maridos son testigos pero no celosos. Les pone cachondos.
A la izquierda, una sala algo más grande. Duchas, saunas, y en el centro una cama de dos metros, otro escenario. Las prendas van desapareciendo y solo se ven cuerpos. Y por último, el cuarto oscuro. Todos desnudos. Hombres, mujeres. En este lugar no se ve, nadie ve, sólo siente.
El club se va llenando y aparece más gente. Niñas de 18, mujeres de 32, madres de 46. Tops de lentejuelas, camisetas con el ombligo a la vista, camisas blancas con escote recién planchadas. El club se va llenando y aparece más gente. Niños de 20, hombres de 38, padres de 42. Cuerpos, cuerpos y más cuerpos.
El número de locales liberales y clubs de intercambio ha aumentado considerablemente en los últimos años y cada vez son más las parejas que toman la decisión de adentrarse en este mundo, algunos por probar, y otros por “romper con la rutina”. Romper con la rutina en la cama, claro, porque todos los domingos salen con sus hijos a pasear y una vez al mes preparan una excursión a la montaña. Cuando llega la noche se acuestan juntos, conversan, se sienten y son una familia feliz, pero los sábados, en esos locales, las únicas reglas que hay que cumplir son las que la propia pareja impone. Hay parejas que se permiten practicar el sexo por las dos partes, u hombres a quienes solo les gusta mirar cómo sus mujeres se acuestan con otros. Mujeres a las que sólo les gusta mirar cómo sus maridos besan, tocan y se acuestan con otras.
Valientes quienes se atreven a entrar por primera vez, pues claro está que la experiencia sólo puede dar dos resultados: fortalecer el vínculo amoroso o establecer un punto y final en la relación. Valientes quienes se atreven a entrar sabiendo que cabe esa segunda opción.
Y por supuesto están aquellos que se lo pasan bien, disfrutan. Son por lo general parejas que acostumbran a definirse como “liberales”. Son quienes saben marcar la diferencia entre el amor y el sexo. El amor solo es de ellos y el sexo es placer. Placer compartido.
Sexo libre pero responsable, mente abierta; como quién ve una película porno. Monotonía desvanecida, transparencia, comunicación. Dejarse llevar. Amor a sus parejas y fieles a su felicidad. Amor hacia ellos mismos. Personas seguras, autoestima por los cielos y confianza, en el otro, y en uno mismo. Y qué bien suena todo eso. Suena bien hasta que se lleva a la realidad.
Porque la moneda tiene dos caras. Parejas que se definen como “liberales”, dejan de serlo - o piensan que dejan de serlo - cuando acceden a la sala del sofá en forma de Ele o penetran el cuarto oscuro. Son “liberales”, pero también son tan indescriptibles en cuanto a sentimientos que el hecho de intercambiar a su pareja por otra, como si de un simple objeto se tratase, puede convertirse en desencadenante de los problemas de su relación. Son “liberales”, pero no saben que a veces el corazón no reacciona como uno espera.
Y llegan las inseguridades, miedos, celos. Territorio marcado y posesión. Personas desconfiadas, autoestima por los suelos. Falta de comunicación, monotonía y monogamia. Cero transparencia. ¿Falta de madurez emocional? o ¿temores disfrazados de amor?
Admiración para aquellos capaces de pasearse por cada una de las salas del club. Desnudos, en albornoz, con o sin lencería. Sin tapujos, sin complejos, sin ninguna de esas tonterías. Admiración para aquellos capaces de ver a sus amores con quienes comparten la vida compartir la cama con otros. Siempre confianza, nunca celos. ¿Qué será de aquellos a los que la confianza les flojeó? ¿Aquellos que no fueron capaces de soportarlo? Tal vez 25 euros de entrada fueron suficientes para dejar que sus relaciones pendiesen de un hilo que dependía de tanta seguridad y confianza como quisieron depositar en terceros que ni tan siquiera conocían.

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