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La hoja en blanco

  • Foto del escritor: María Huelga
    María Huelga
  • 3 may 2021
  • 3 Min. de lectura

Ocho de la mañana. El hombre de deportivas azules sujeta con una de sus manos un cigarro, con la otra,  “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen. Hay una taza de café con leche en su mesa. No parece que le guste el azúcar, ni siquiera ha abierto el sobre.

 Me encuentro en la misma terraza, en una mesa cercana, a unos dos metros de él. Sin cigarrillos ni libros, pero también con un vaso de café. El mío, con hielos, aunque la temperatura de hoy no haya resultado ser la más cálida de los 365 días. 


El hombre disfruta de la lectura. Yo también lo hago. Y no, no de mi café helado, sino de su pasión por leer. De la manera en la que con la yema de su dedo índice pasa las páginas; 129, 130, 131, y fin del capitulo. De sus expresiones, algunas señalan sorpresa, otras sólo muestran lo predecible. Y se ríe. 


Nueve de la mañana. Han pasado unos cinco minutos desde que aquel hombre se ha ido tras colocar un marcapáginas de una perfumería desconocida en su libro. Yo también me voy. Me levanto cuidadosamente de la silla, abriendo el bolso para guardar la cartera y sacar el teléfono.


Camino hacia casa, móvil en mano. Me dispongo a ojear las últimas notificaciones de mis redes sociales. Pero otro imprevisto provoca que me pare justo al final del paso de cebra, encima de la acera. 


Esta vez, es una mujer. Tendrá alrededor de sesenta años de edad. Se encuentra sentada en el asiento de copiloto de un Fiat 500 rojo, probablemente, esperando al conductor o conductora. En su aguarda se entretiene con un periódico, informándose de alguna noticia. Algo terrible ha tenido que ocurrir, esta seria, parece preocupada, pero aún así, incluso ella disfruta de la lectura. Una de sus manos envuelta de pedrería asoma por la ventana abierta. Su acompañante aparece y agarra el volante con la mano izquierda, mientras que con la derecha pone en marcha el motor. Ellos también se van.


Nueve y veinte de la mañana. Me encuentro en la puerta del piso, buscando las llaves entre mis bolsillos. A la derecha, en un pequeño quiosco hecho de piedras, un joven entrega un billete de cinco euros a la quiosquera a cambio de la revista primavera-otoño de Vogue. Está tiritando, su chaqueta negra de lana no ha sido suficiente prenda para defenderlo del frio. Sin esperar ni un solo segundo, abre la revista en una de las páginas. Parece contento, como si de pronto la rasca hubiera desaparecido. Se despide de la vendedora con un gesto amable, y él también se va. Probablemente ansioso por llegar a casa, calentar una taza de leche y ponerse a leer, leer y leer. 


Subo a mi habitación feliz, con ganas de sacar de uno de mis cajones una hoja en blanco. Sorprendida por mi erróneo pensamiento de que la pasión por la lectura está a punto de desaparecer. Esas tres personas han hecho de mi recorrido hacia casa un recorrido más bonito. Y ahora me invaden las ganas de escribir, escribir, y escribir. 


Sueño con algún día poder ser la autora de ese libro, la redactora de alguno de los artículos de opinión de ese mismo periódico, o quién sabe, quizá la corresponsal enviada a la Fashion Week de Milán para cubrir el desfile de Chanel en otoño.


El proyecto

Es cierto que desde pequeña me entretenía escribiendo cortos relatos, aunque pocos llegasen al final. Aun así es hoy, cuando, gracias a esta carrera, intuyo de alguna manera lo que quiero hacer. Quiero comunicar, descubrir, intercambiar opiniones, culturas, acercarme a las personas, dar voz a aquellas que quieran o tengan algo que decir… Y después plasmar todo lo que pienso con ayuda de un bolígrafo azul. Tú solo dame una hoja en blanco. 





 
 
 

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